Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario. O. G.

¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Olga Orozco


otoño, domingo y leopoldo

Deja caer las rosas y los días
una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto,
mejor perfuman cuando son tardías.

Al deshojarse en tus melancolías,
cuando parezca más desnudo y yerto,
ha de guardarse bajo su oro muerto
las violetas más nobles y sombrías.

No temas al otoño, si ha venido.
Aunque caiga la flor, queda la rama.
La rama queda para hacer el nido.

Y como ahora al florecer se inflama,
leño seco, a tus plantas encendido,
ardiente rosas te echarán en su llama

El amor eterno, de Leopoldo Lugones

Mucho mimbre

Pero si la abro, una parte del enigma estará resuelto y sólo quedaríamos yo y el vacío, sin tantas preguntas ni caminos abiertos. Parece, sin embargo, tan sencillo, hay una canasta y algo allí adentro, y a mí, que la miro de lejos, varias cosas me faltan. Quizás lo que no tengo lo encierra este mimbre. Tiene, algo tiene esa canasta, desde afuera ya se siente: no es aire y nada más lo que se trae. Y si acaso tuviera lo que yo necesito, tendría además de cosas un saber tan preciado como el que reconoce lo que en estas tardes largas a mí, me está faltando.

Mejor no, mejor no abrirla, cerrada la canasta encierra ese misterio que me hace no poder dejar de contemplarla. Debo admitir que a pesar del vacío, el suspenso y la intriga me tienen en vilo.

No, te digo que no es falta de coraje. No es que no quiera encontrarme resuelta y entregarme al augurio de la sorpresa de mimbre. Podría abrirla, lo sé. Parece tan fácil: como tender un puente a la otra orilla, la lágrima. Te ruego que entiendas que, pese a todo, me guste más así: cerrada y lejana. Sé que hay algo en ella y eso enciende una llama, eso aviva mi mundo y colorea la falta. Mejor vení, sentate aquí. Miremosla. Pensemos por ejemplo que puede tener comida, un banquete nutrido, una fiesta de fiambre. Así, por ejemplo, nos descubrimos con hambre, cerrada la canasta, el apetito se abre.

Y si decimos, tal vez, allí hay jazmines, lavandas. Si pensamos, seguro, que es primavera encerrada, sentiremos tranquilos el perfume imaginado.

Comprenderás si lo intentas que la canasta nos llama, nos reclama en los ojos, las sienes y las manos. No podrás no mirarla y querrás no entender lo que tanto te atrae.

Por ejemplo, supongamos, que en la canasta hay canciones, que hay una orquesta ensayando, melodías fugaces. La música será entonces tuya por ese instante. Habrá, mientras lo pienses, fiesta en los pentagramas.

¿Qué se te ocurre a vos que protege la canasta? Vamos que el mimbre cauto dice más de lo que calla, trae tierra, sol y agua. Sí, en la canasta también, puede haber un cuaderno y un lápiz que te inviten a dibujar tus ensayos. Si en la canasta hay bocetos, borradores de planes, habrá más y más cosas de las que puedo contarte.

Sí, ya sé, esa canasta es peligrosa, me lo han dicho. Pero la encontré y me la traje y ya no puedo dejarla. Perdoná si te falto, si no te miro y esquivo tus palabras de agua. Disculpá si me ves, como ausente, en mi misma, absorta, contemplando. Dirás que fue un error, una pura complicación, que a ningún lado me lleva. Que cuando la crusé por la calle, lo mejor hubiera sido seguir de largo. Que imaginar la utopía de la canasta cerrada no me salva de nada, no me ayuda en la busca, para nada acompaña.

Yo entiendo entonces que no quieras sentarte conmigo, a mirarla. Al fin y al cabo te aburre y es sólo mimbre sin nada. Está bien, la dejamos, la liberamos como héroes, la devolvemos al asfalto. Sí, ya sé, ya fue mucho lo que tardé en admirarla. Sí, mejor buscar en otros lados el perfume y los sabores, bocetos y pentagramas. Vamos juntos y se la regalamos al próximo peatón, anónimo, que caiga. Eso sí, que esté cerrada. Yo acepto el trato, la pierdo, ya la tuve por un rato.

Me quedo tranquila y feliz de que la canasta se vaya. Seguramente me dio lo que a mí me faltaba. Seguramente habrá otro espectador que la encuentre. Y yo, pequeña dama, que supe darle cobijo, ya tendré otras canastas.

Ya la dejé en una esquina, me voy: Chau canasta-trampa.

Pienso de golpe algo horrible, una tragedia imaginaria: ¿Y si el próximo transeúnte que la encuentra a la dama, que se topa con la canasta y que al mirarla, para; si el nuevo dueño que se detiene, sin dudarlo, la abre? Al liberarla descubro este terrible presagio, y ya es muy tarde, no podré rescatarla.