Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario. O. G.

¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Olga Orozco


Cuenta pendiente

Si es cuestión de cerrar cuentas-o mejor dicho,  sería abrirlas cual heridas - digamos que no son pocas ni chicas las cositas que hemos dejado pendientes. Al fin y al cabo no está mal, es casi un mérito: Que queden cosas por hacer no es otra cosa que el saldo que dejaron buena pila de apetitos explosivos, un torrente de proyectos barrilete que supimos liberar. Algo pendiente es además sencillamente algo que está pendiendo, como una hoja de un árbol ya marrón, balanceándose en la rama, hamacándose solita hasta caer. Y la caída la volverá pisada o placer en oídos distraídos. Dale, hagamos inventario de todo aquello que nos quedó deshecho, redactemos  una lista y un último epitafio, conjuremos nostalgias, orgullos y desengaños. Y sobre todo, seamos  bien sinceros con nuestra propia inconclusión, publiquemos los ítems uno a uno, como quien dicta una lista para el súper. Sí, enumeremos los cabos sueltos  como quien va a hacer las compras. Suena oscuro lo sé, pero verás que es divertido.
¿Qué nos quedó pendiente?
-           Un té con limón, un dobladillo y una nueva historia de amor.
Exageraste con lo del amor, hasta infusiones y arreglos costureros íbamos bien.
-          Un tobogán, una taza, un desencuentro.
-          Y una explicación.
Mirá, no es que no quiera. Si me pedís que te explique, yo lo intento. Si lo que buscás es esclarecimiento, puedo inventarte algo  muy tranquilamente. Puedo fabricar ingenuamente algún pretexto, como quien  junta en su bolsillo unas piedritas. Puedo armar una fábula así de fácil, con gusto y torpeza, como quien simple y llanamente, respira.
Podría decir también algunas cosas que sonarían fácilmente muy absurdas.  Sentirías con pena y por error que simplemente te estoy tomando el pelo. Y quizás, sería cierto. Pero te advierto mi caracolito, que tomarte el pelo  sería el acto más solemne. Embromarte, el homenaje más cortés. En serio, no es un chiste. No hay nada más real y más valioso que el absurdo. Nada mejor para hacer con lo preciado que, sencillamente, ridiculizarlo.
Podríamos decir, por ejemplo- y esto lo diríamos juntos con todas nuestras voces porque mi voz no sería más que el eco de otra voz que fue el eco de otra voz de un discurso colectivo- que al principio éramos distintos distantes. Que primero se atrajeron nuestras grietas y luego se fueron lentamente asemejando. Nuestras preferencias musicales, bamboleos y también nuestra manera de sostener el tenedor y los fideos. Como bostezando y estirando las piernas, el contagio fue voraz y defectuoso.  Podríamos decir que inmediatamente nos parecimos tanto que quebramos, y a justo juicio terminamos cada uno por su lado. Emparentados por mimesis inédita ya no nos vimos, ya no fluimos.
Nada de eso. Ni esto ni aquello, quizás solamente un caramelo.
Y una división de tres cifras, en papel y lapicera. Una cuenta muy difícil que no pude completar.
Eso también, quedó pendiente.

Elvio y domingo


La semilla ha caído,
caído como cae sobre la tarde
de los cocoteros la noche y sobre la noche el alba.
Algo esencial, de latido o de sangre, ha rodado en
lo oscuro.

Sena nuestro instante de asombros
llegado con el peso de una piedra o de un mundo;
un peso silencioso, vencedor; un peso
de espera interminable. Y no podremos ahora
desandar lo vivido, apagar esa hoguera que nos
iluminaba
con su agonía y su triunfo.

Se habrán movido las hojas
del plateado eucaliptus en la llanura inmóvil;
el leopardo habrá dado su salto en la guarida
y acomodado a sus pichones las palomas; el aire
tal vez se puntuaría de imprevistos gorgeos
y un hondo movimiento habrá agitado el agua de
los pozos.

He aquí el origen de un río,
la raya inaugural de la aurora, la primera
palpitación de una codorniz, el brote inicial de un
manantial
profundo, y tú, la guardadora del raudal de
mañana,
sonríes imaginando un rostro que ha de llegar, un
gesto desconocido que será nuestro,
la prolongación y el acento de tantas cosas
compartidas.

¡Sonríes imaginando un rostro
que ha de llegar! Y eres así como un campo
inundado, como un pétalo oscuro que ha guardado
el rocío; parece que el lucero recaló en el trasfondo
de tus ojos iluminando tus entrañas. Y acaso desde
ahora
camines con la aprensión de quien lleva
—en noche de tormenta— una indecisa llama
entre las manos.

Es solamente una semilla, la predicción
de lo posible, el aroma inasido y destinado
al fuego de un capullo fervoroso, la herramienta
moldeada en la imaginación del forjador; apenas
eso, y ya ha puesto
la pisada en las huellas que hemos dejado en la
arena reflejando el secreto de nuestro ardiente
pasado en cada gesto.

Ahora es sólo una semilla, un germen
y ha abierto las ventanas, el silencio y las cerradas
puertas de la casa 


"El Germen", Elvio Romero

El mar en las manos


Los Frailes, Ecuador, Febrero de 2012


El mar en las manos

Yo ahora estoy acá mirando el mar. Lo miro y creo en él y creer es crear.
El mar me obliga a mantenerme en movimiento, especialmente a esta hora en la que nos vamos cambiando de sitio empujados por él y su amenaza de abrazo. Cada ola se acerca un poco más y marca el crecimiento del agua.
No ésta, la próxima sí nos va mojar”, pensamos y aun así no nos movemos.
No es sino cuando la marea más osada se acerca y trae agua a las puntas de los pies que realmente tomamos mochilas y libros y abandonamos el trono de arena para situarnos un poco más atrás, donde estemos a salvo de la sal por algún rato, hasta que vengan a sacarnos nuevas olas.
El ritual se repite cada atardecer y es verdad que podríamos evitar fácilmente esta mudanza por cuotas, este martirio de incompleta inundación. Bastaría anticipar un cálculo y sentarnos allí donde estemos a salvo del agua.
Pero algún encanto hay en este dejarnos perseguir, algún sabor dulce se trae este escape pausado.
A mí personalmente, me fascina observar las olas tomar fuerza de a poquito. Me enamoran puntualidad y valentía, sé de su cercana traición e igual, feliz, presto los pies.
Quien me viera observar cauta a la espuma, con un poco de ingenio entendería que es algo más que la marea lo que me imanta aquí, ahora.
La playa me regala efectiva seducción pero ya no colecciono caracoles. Alguna vez fui capaz aunque ahora me resulta imposible acumular restos de playa y no es por no valorarlos, sé admirarlos y asombrarme de sus curvas, colores y huecos, me sorprende el brillo que les deja el agua y le sonrío a los laberínticos recorridos. Alguna vez sí pude juntar recuerdos playeros y a los caracoles les exigía algo más que belleza, porque a determinada edad y sin preverlo, había descubierto algo interesante. Había sabido encontrar caracoles grandes que, cerrando los ojos y arrimando el oído en justo ángulo, me llevaban al mar. Hasta el momento de tal revelación no había sabido imaginar magia más grande que el sonido a oleaje encapsulado y latente en caracoles. Debía ser, es posible, un caso más de amor entre opuestos como imanes esto de que espirales y agua salada se atraigan en simbiosis. Alguna especie de fusión afectiva que había provocado la mutación de aquellos grandes caracoles en ocultos mares portátiles. Mucho de todo eso, incomprensible, me encantaba a mí, niña de orilla. Me fascinaba la idea de que me llevara a donde fuera ese abreviado acceso al mar, porque el sonido al envolverme, hipnótico, me iba trayendo más que melodías, me iba obligando a concebir también olores, a formular la esencia misma del oleaje que habita ya lejana de la playa. La música venía de algún lugar inexplicable y yo iba convocando a todo lo otro que era el mar, a sus partes menores que tenían más poder, a todo eso que se escapa al intentar describirlo, a aquellas cosas que faltan en las fotografías.
Viento y olas concentradas, tierno camino de sal, maravilla.
Pero como se hilan y encadenan los encuentros, un día tuve un hallazgo más terrible, desatenta y sin pensar en oír ondas brumosas, un vaso de plástico recubriendo el tímpano me trajo también aquel camino clandestino.
Al poco rato supe que no era imprescindible acumular caracoles para generar efecto de música y mar.
No sólo cualquier vaso o recipiente cóncavo, también mi propia mano en correcta posición abría igual camino hacía el fluir oceánico. Supe que el verdadero asunto es, más que tener la herramienta, saber conectar fiel con la imagen y el recuerdo de las olas. Bloquear íntimamente a tantas otras y entregarse a la búsqueda de aquella onda que queremos surcar. No sólo escuchar atenta, también perseguir la precisión de los sentidos y habilitar el océano en lugares impensados.
Lo que no supe enseguida fue si la existencia de tantos caminos al mar me hacía feliz o me decepcionaban. Precoz poseedora de un saber me pregunté en cuál vaivén sería mejor confiar. Mis propias manos eran sostén de mundos nuevos y mis ganas de creer puro transporte, pero el mar también estaba en la intemperie, tan pronto a mojarme, hamaca en la arena. Y yo, hechicera, debía elegir si conservar o perder ese atajo hacia las olas. Era una dicha poder ir y venir del paraíso pero también había peligro.
En realidad el mar está allá afuera pero lo que realmente creo, lo que realmente invento, es que hay mar si se lo busca con vehemencia por sobre otras cosas que también existen. Privilegiar el agua es una opción, saber oír entre las manos es virtud, pero lo más prudente e importante es saber moderar nuestros aciertos.
En la orilla, y sabiendo mis poderes, espero que me moje el otro mar. Escucho su vaivén hipnotizada y miro mis manos. Las extiendo y las observo asombrada, como si fueran un poco mías y un poco de la orilla y estuvieran hechas de arena. De a poco siento que me asusta lo que veo. Me pregunto dónde termina mi piel y empieza la playa, quiero leer el mensaje oculto que traen las líneas de la palma pero también acatar el enunciado de la espuma. Mis ojos rebotan desde las líneas de la palma hacia la inmensa sal fiel quiromancia y yo le tengo a ambas partes respeto y temor. Es él quien igual me va a mojar y aunque yo sé que la música también vive en mis manos, en la orilla mejor disimular.

Casa-puente

Que hogar es algo más que casa, todos lo saben. Y si la casa, no es solamente techo y paredes, podríamos decir que es aunque sea un buen comienzo. “Por algo se empieza” afirman cautos, los militantes, del primer paso. Y es porque llueve afuera, que hoy agradezco en esta noche, tener un techo. Quien dice hogar, dice una casa con sonrisas. También un sitio donde llorar cuando haga falta. Quien dice casa, habla de techo y buen soporte. No solamente tejas rosadas. También ventana y por lo menos alguna puerta que haga posible, entrar y salir. 

Salvo unas raras, que son rodantes y a veces pueden, cambiar de sitio, generalmente la casa es algo quieto que una encuentra siempre en el mismo puesto. Eso permite, ir, venir y también volver, ya de memoria. Y si decido introducir estas cuestiones, es para hablarles de una casa que fue mía y también, de otros. La conocí y decidimos compartirla. Era una casa, estaba inmóvil, tenía techo. En las ventanas, lindas cortinas. También sonrisas que la poblaban y algunas lágrimas tenían refugio. Pero esta vivienda- que de a poquito fue siendo hogar y eso no es poco- era casa y también puente. Con puente me refiero a que unía mundos y permitía humilde el transito planetario.
Suena a mucho pero les juro, yo no exagero. No es que alguien hubiera construido, donde había puente, la residencia. Era una casa-puente que ensamblaba, imprevisiblemente egos alternos.
Los que habitábamos la vivienda en un principio, no preveíamos que también fuera pasarela.
Pero de a poco fuimos notando, que no sólo éramos el trance de otros, sino que justamente éramos los mismos moradores, los que sin saberlo, habitábamos el tránsito.
Algunos otros gustaban de ser de nuestra casa, visitantes. Era algo raro y hermoso. Y sobre todo, sorprendente. De a poquito, la casa fue un hogar. Y techo y paredes sintieron el ruido de cantos y músicas, de gritos felices.
Era feliz la casa puente. Era feliz, probablemente por ser puente. Y por ser puente era importante que esté abierto, a la gente que quisiera ir a otro lado.
Es que como cualquier puente esta morada, conectaba dos orillas bien distantes. Dos esferas antiguamente inconexas, dos dimensiones que sin la casa estaban sueltas.
Es así que era crucial la relevancia de nuestro techo de luz, resorte y espirales.
Los visitantes, frecuentes y ocasionales, eran un tema de no poca trascendencia. Algunos necesitaban, pasar al otro lado. Nosotros no cobrábamos peaje alguno y al contrario otorgábamos mates y galletitas. Algunos venían sólo por la merienda y sin saberlo, estaban de pronto en el otro extremo del pasadizo.
Como se imaginarán no fue posible, permanecer en tal vivienda por mucho tiempo. Fue una estadía, fugaz, hermosa y clara. Fue estar consciente del cambio y lo que muta. Muchos hablan de transitar el hábito. Para mi es mucho mejor, opuestamente, habitar el tránsito.
La recuerdo, le sonrío y se los cuento. Porque creo firmemente que la casa, aún existe en algún sitio y si ustedes quieren, pueden buscarla y morarla por un período. La experiencia es alucinantemente hermosa, sinceramente la recomiendo. Sólo que a veces, aún sin replantear el salto, se hace difuso el destino final del cruce. Y como la casa no lleva a todos a igual sitio, cada quien debe distinguir, atento y feliz el actual puesto. La advertencia vale y también vale que sepan, no olvidar la casa, ni buscarla con ansias.

como arañas

Se me escapan
la palabras.
Las veo irse
aceleradas,
como arañas.
Ellas tejen
finas telas,
yo las miro.
Yo contemplo,
el entramado,
las observo.
Ya sin miedo
a quedar presa, 
las admiro.
Densas redes,
son ajenas
y me asombran. 

Como arañas.

Domingo con Carlos


Que pode uma criatura senão,
entre criaturas, amar?
amar e esquecer, amar e malamar,
amar, desamar, amar?
sempre, e até de olhos vidrados, amar?

Que pode, pergunto, o ser amoroso,
sozinho, em rotação universal, senão
rodar também, e amar?
amar o que o mar traz à praia,
o que ele sepulta, e o que, na brisa marinha,
é sal, ou precisão de amor, ou simples ânsia?

Amar solenemente as palmas do deserto,
o que é entrega ou adoração expectante,
e amar o inóspito, o áspero,
um vaso sem flor, um chão de ferro,
e o peito inerte, e a rua vista em sonho,
e uma ave de rapina.

Este o nosso destino: amor sem conta,
distribuído pelas coisas pérfidas ou nulas,
doação ilimitada a uma completa ingratidão,
e na concha vazia do amor à procura medrosa,
paciente, de mais e mais amor.

Amar a nossa falta mesma de amor,
e na secura nossa, amar a água implícita,
e o beijo tácito, e a sede infinita.

Amar, Carlos Drummond de Andrade

Son ríos



Foto de Maru Solla en Sorata, Bolivia, Enero 2012



Esto que les cuento, estén atentos, es un secreto que trajo buen jolgorio, una leyenda alegre y fantasiosa que hoy me propongo, explicar.Lo hago porque aprendí que no tiene sentido, guardar cosas dichosas clandestinas, vacilar al compartir las maravillas.
Sucede que un día, de repente, comencé a escuchar el río. Y no es que hubiera llegado a un río. Tampoco era el sonido distante y llamante el que me guíaba fiel por el camino y así me conducía ha cia su encuentro.
El río simplemente había estado allí, quizás desde hacía tiempo y fue sólo necesario que de a poco fuesen cediendo las compuertas de mi capacidad de oir. Es que para saber dejar entrar sonidos de agua y piedra, no es necesario tener un río cerca. Sospecho que de igual modo descansar junto a la orilla, próximos al agua que es dulce y corriente, no alcanza ni es de ningun modo suficiente, para escuchar al río.
El caso es que un día, comencé a escuchar el río, era un canto tierno y leve y sentí que fácilmente, nos ganamos mutuamente la confianza. Es que escuchar bien no es poca cosa, para empezar cualquier vinculo afectivo y ganar correctamente intimidad.
Enseguida atenta y muy feliz, supe que percatarse de sonidos acuosos significaba algo muy grande dentro mío, me traía hermosas y frescas revelaciones.
No era simplemente el agua refrescante y la suave música que fácilmente arrulla. Más que eso mi corazón crecía gracias a muestras tan puntuales, de movimiento.
De pronto fui conciente de su eterno flujo y no pude hacer otra cosa que dejarme endulzar.
Es que movimiento y agua son buen complemento y sino esperen a ver lo que sucede cuando quieta y calma, se estanca y se pudre.
Qué asombro aprender, de aquél cambio constante, qué novedad sentir el fluir tan cerca mío.
No es que hubieran faltado en mi previa biografía, muestras tan grandes de belleza y alas.
Pero esta vez algo debía ser diferente. Es que era justamente saber prestar oídos, escuchar cantos por tiempo indeterminado. Significaba de repente elegir para mi lengua, el necesario silencio que de paso al agua.
Como quien comienza a tejer tranquilamente, pares de seguidas revelaciones, supe que si de repente yo escuchaba el río, si de eso era capaz sin ni habérmelo propuesto, a muchas otras cosas estaba dispuesta, tantos paraísos podía conseguir.
Inmediatemente cai yo en la cuenta que no era necesario que existiese un río, de caudal corriente y dulce agua móvil. Para abrir los mundos que tan feliz me hacían, no era necesario el sostén externo, sino justamente entrenar la escucha y saber oir hasta con la piel.
Mis ojos cerrados y tímpano atento supe fácilmente que algo de aquel río que había irrumpido con canciones dulces, fluía en la retina de otros ojos pardos que a mi alegria observaban atentos.
Y como de los amores yo poco sabía, tuve que primero escuchar el río, para prontamente compartir contenta, la suave y hermosa, melodía.
Hay quienes comparan, quizás torpemente, a los amores nuevos con fuegos y chispas. Dicen que el romance habita caluroso y que quien acude jugando, se quema. Hablan de cenizas que siempre permanecen y de avivar la llama también después de un tiempo.
Yo en cambio no dudo de que el amor es agua, fluyendo entre rocas, cayendo entre sierras. Es estar arriba y buscar caminante, el rumbo hacia olas saladas y arena.
No sé si me entienden pero a mí,personalmente, me persigue el río y qué suerte tengo.
Hubo un día simple, furioso y etéreo en que tuve la dicha de empezar a oír y me quedo claro que el amor es siempre fenómeno par. No es sencillamente que sean necesarias, dos personas amantes para empezar todo. Además de eso esto significa que por necesidad o efecto contagio, se amen por lo menos dos cosas al tiempo. Gracias a tan buena compañía mirante, pude oír el río e inmediantamente no quise otra cosa que juntos y mudos lo atendiéramos. No sé yo a quien llamar amor primero, si serán los ojos tan bien compañeros o fue antes el rio, fluyendo dispuesto. Es que tus pupilas también eran de agua y yo deseaba sólo ser pura agua dulce y correr libremente siguiendo pendiente.
Y no es que iniciándose aquella vez primera, aquel sonido hermoso me acompañara siempre. Si todo es dinámico, más lo son los ríos, que muchas veces se bifurcan y fusionan y en otros tantos casos por crecer, inundan. Hoy sé ciertamente, aún en silencio, que hay otros ríos, altos o subterraneos, furiosos o mansos. Me siento a escuchar y sé que está viniendo un próximo sonido clandestino. Se suponía que río había uno solo, que después del amor de adolescente, ya nada eleva como antes. Pero por suerte el río, bien compremetido, fluye y se transforma, avanza y va llegando. Y cuando de repente, lo puedo oir venir, sé que el próximo es también el primer río, cada uno me golpea como nuevo, me da vuelta y reinventa aunque no quiera. O será que justamente el primer río es la única corriente que regresa una y tantas veces, a visitarme y hallar escucha nueva. Será que es como dicen algunas campanas nuevas y el río es uno sólo y lo que cambian son las piedras que al correr encuentra. Yo no sé si es así o de otra manera pero algo hay aquí de buen designo, ya que cuando me creo en la sequía, no hago otra cosa que afilar la calma, que obturar la visión con sincronía y dejar crecer mi capacidad auditiva. Y solamente deseando, va llegando, solamente escuchando ya está acá. También brillan aquellos otros ojos, que turnantes acompañan el mirar, pero en pleno goce de tan tierna sinfonía yo sé que ese río y ese amor, son principalmente, míos.

enCanto





"Las personas no mueren, quedan encantadas"

João Guimarães Rosa


Es verdad que los duraznos sangran. Sonrío al imaginar a su carozo protegido por lo dulce como un corazón latiente y valiente. Y es la vida que nos sorprende en lo que es, aparentemente, inanimado la razón de tantos viajes de asombro durante temprana y tardía adolescencia. Eso de intentar solamente ser feliz y un poco, tropezar. Por suerte, a pesar de los tropiezos, siempre estaban además de mis palabras-enredadera, las palabras de otros que algunas buenas cosas advertían.
Entre esos otros y como destacada compañía, estaba Luis. Que todo camino puede andar y el grito de que mañana es, aunque nos fuercen, mejor, no es poca cosa para recordar algunas veces. Reconocerse un ángel de hambres bien reales es bastante, para volver estandarte y sonreírle a las crisis cotidianas.

Que las palabras ajenas, de esas salvadoras, se vuelvan canción- y barro, tal vez- trae la ventaja de que acompañen siempre, a pesar de lo que a veces, en la inmediatez, parezcan pérdidas.

A pesar de lo dicho en Poseído, un poco sí somos, si hay arte, amigos de lo eterno. Siempre y cuando no se pudran los relojes en las mentes.
Las canciones, algunas, nos pinchan y son ayuda .Ayudan a decir y también, a callar, cuando la guitarra habla cosas carentes de palabras. Algunas melodías se van volviendo himno, con amigos y compañeros varios.
Pero si los himnos, a veces, son efímeros y las filosofías de vida cambian a buen ritmo, la música con certeza es lo que dura. Dura y tiene vida. Vida y sangre como aquél durazno. Y más que eso, creo yo, es sobre-vida, que se antepone a las muertes, a veces terrenales. La música viva, viva siempre, nos trae algún presagio de lo que vendrá y qué emoción que tenga entonces, música toda la vida. Qué emoción que sea música cada tonta cosa. Qué alegría que hoy ya es mañana y que amar sea la eternidad buscada.
Si al intentar, gran desafío, explicar con vocablos cosas tan grandes, aparecen palabras de otro que son música, música que es vida, vida que es no despertarse nunca sin amar. Entonces, al final, me queda una sonrisa y me digo, seguramente, esta vez, la canción sí llegó hasta el sol.

el sol se pone

Nunca sei como é que se pode achar um poente triste.
Só se é por um poente não ter uma madrugada.
Mas se ele é um poente, como é que ele havia de ser uma madrugada?

Alberto Caeiro, in "Poemas Inconjuntos" Heterónimo de Fernando Pessoa

Bragado, Buenos Aires, Argentina, 2009, Foto por Naty


Colonia, Uruguay, 2010

Antofagasta de la Sierra, Catamarca, Argentina, 2010, foto por Lucy



San Javier, Córdoba, Argentina, 2010


El Pinar, Uruguay, 2011 Foto por Julita




Canoa, Ecuador, 2012



Montañita, Ecuador, 2012

A lo mejor...



soy otro, andando al alba, otro que

marcha.
Cesar Vallejo


me pregunto dónde
está el hogar.
Si son los libros,
las camas,
o los rostros compañeros.

a veces
es hogar
lo que el exilio
sabe buscar con,
inmenos ojos

quizás
el hogar sea
justamente
la mirada
como anzuelo al agua.

Pero también,
o que se quiere
y está oculto,
lo que al buscar
ansiosamente,
se escabulle,
eso también,
es la casa,
si se regresa

Me pregunto
si existe,


o es posible,


eso de llamar hogar


a algún lugar.




En la duda,
reinvento mis esquemas,

y me respondo que

seguramente
sean hogar,simplemente,
estas preguntas.