Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario. O. G.

¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Olga Orozco


Decir Chau

“Sólo para decir chau” dijo después de aparecer y antes de sentarse com nosotros.

Estábamos absortos mirando el fuego. Sólo que no recuerdo con certeza si había fuego o lo imaginábamos. Nadie le dio más respuesta que alguna débil sonrisa, una calma hueca de sincera aceptación.

No hacia falta explicarle que lo estábamos esperando. Él también-como nosotros- tenía fuego en los ojos. Expectantes de lo que arde y se destruye y se reinventa, nadie tenía el coraje ni la voluntad de desperdiciar palabras. Él había venido sólo a decir chau. Era curioso y peligroso ese oficio de llegar simplemente a despedirse. Su lengua- por suerte- confería la justa y sana cuota de prudencia. Decir solamente chau.

En poco tiempo seríamos ceniza. Pero ahora, en este presente concentrado, sin miedos ni temblores, tocaba arder. No recuerdo si mirábamos el fuego o eramos el fuego. La memoria, esa otra gran hoguera, reinventa y reconstruye ingenuamente.

Sin dudas que estábamos ardiendo, pero no puedo saber si hechábamos la leña o había alguien afuera encargado de traer ramitas secas. Había que decir chau. Sobre el calor y la explosión lo confirmábamos. El combustible tendría que agotarse.

Allí había, sin dudas, mucha luz. Lamentable el borde difuso de mi recuerdo que no puede especificar cosas tan claves. Por ejemplo ahora no sé si la luz era nuestra o cual satélites opacos otra fuente luminosa reflejábamos.

Al silencio homenajeábamos devotos. Había que decir chau y gratamente, lo decíamos ardiendo.

Quizás no eramos nosotros ni alguien afuera, sino aquella amalgama impredecible la que un día había logrado aquel incendio. O quizás, ni siquiera hubiera fuego y estábamos sentados observando un montoncito de rebeldes ramas verdes. Lo cierto es que con magia al poco tiempo, fuimos ceniza que volaría el viento. Y al ser polvo en el aire no supimos de despedidas ni palabras castradoras. Pero aún grises y secos y bien libres, a la merced de brisas y huracanes, quedaría marcado para siemrpe, el recuerdo del calor tan molinete.

Sólo que no recuerdo si había fuego.

Las cucarachas

Durante un rato, me concentré solamente en vigilar que no se acercaran las cucarachas. Sentada bajo aquél viaducto, atrapada entre la noche y la lluvia, esa parecía ser una tarea lo suficientemente importante como para impedirme el sueño que, intermitentemente, aparecía y amenazaba con vencerme. Estaba sentada con las piernas cruzadas, en esa posición que algunos gustan de llamar "de indio". Expresión que yo, en estas líneas, prefiero evitar debido a su peligrosa ambigüedad.

Mantenía mi vista fija en un radio próximo a mí y pensaba en las cucarachas. Paradójicamente, esa suerte de supuesta inmunidad que mi visión debería ejercer sobre el espacio que me rodeaba, me obligaba a no pensar sino en ellas.

Estaba segura que ellas aparecerían en cuanto cerrara los ojos y el riesgo de despertarme con la suave caricia de sus patas acariciando mi cara o mi brazo era suficiente razón para mantener los ojos abiertos. Comprendí rápidamente que no tenía otra cosa en qué pensar ni algún otro asunto del cual ocuparme. Miraba el gris del piso fijamente, mi cabeza gacha no cambiaba hacía rato su posición de escolta. De un momento a otro me sorpendí vigilante y sentí el poder y la fuerza de quien tiene una misión. Y quien estaba al cuidado de mí misma era justamente, yo. Cuidar que no se acerquen esos bichos temidos era un mimo a mi propria y tantas veces ignorada, individualidad.

De repente las empecé a imaginar aparecer, primero de a una y luego un par que iban multiplicándose hasta escaparse de la misma, contabilidad.

Pero no se acercaban sino hasta un punto, mi visión estaba ahi para impedirles, llegar más allá,. Las estaba observando y ellas, lo sabían.

No tenía otra cosa en qué pensar. Sólo las cucarachas.

Qué pasaba con ellas que no aparecían. La suciedad de la calle y la humedad de la lluvia estaban en su punto justo, creando para esas damas de asquerosa presencia un apto y delicioso escenario. Sin embargo también, estaba yo, pendiente y concentrada. Eso seguramente, era suficiente.

No tenía nada más em qué pensar, salvo, de vez en cuando, en el viento que, al aparecer con agua de lluvía interrumpía insolente mi perfecto fuerte. Allí ya no molestaban ni los viejos amores, ni los próximos amantes tantas veces esperados.

Más que amores, ese día, esperaba cucarachas. Se me revelaba más que nunca la fé en el carácter fugaz- y milagroso- de los encuentros. Supe de pronto e inocente que tenía una nueva amiga y que esa colega era, justamente, yo misma. No es que hubiera ocurrido debajo de aquel puente ni por pensar demasiado en asquerosos insectos. Supuse enseguida que ya hacía un tiempo largo que todo había comenzado.

Al fin y al cabo no podría ser tan diferente de otras amistades pacientemente construidas que se valen de un helado, un cine o el asfalto como excusas para montar un puente, de arena y celofán.

Empezó com calma, paciencia y constancia, exterminando en cuotas, los rastros perversos de desconfianza. Y fue simplemente dar un día la mano y otra día entregar ojos, pacientes, brillosos que sirvan de espejo. Una amistad que nace, nunca es despreciable pero de esta que te cuento nadie debe salvarse. Es simplemente eso, saber darse la mano, ayudarse, admirarse y comprenderse el cauce. Sin haber supuesto antes que podría ocurrirme, entendí enseguida que algún binomio de esos que parecían firmes, estaba lentamente, comenzando a romperse .Era simplemente eso, saber darse la mano, enamorarse: buscarse en el adorno y también, en las fallas. Y sobre todo, siempre, aceptarse. Como cualquier amistad, sería cuestion de trabajo, constante y dedicado. Un arte en desarrollo requiere de cuidado.

Era justamente, vigilar cucarachas, mantenerlas alejadas y cuidar en la conciencia, la idea de que su exterminio nunca es algo acabado. Una lucha constante de trincheras atentas, una guerra civil en la que de pronto estaba inmersa.

Y entendiendo segura que de los nuevos amigos no podría haber nunca, una escritura sellada, emprendí conciente una aventura gigante. Los ojos abiertos combaten cucarachas que siempre pueden volver a aparecer. Desafios deliciosos que me mantienen viva, bajo el viaducto y la lluvia, con alma combativa. ¿Y será que soy este cuerpo que esta aquí sentado o soy en lo que potencialmente y luchando podría, transforamre? Entusiasmada y alegre me invadieron las ganas, de a mi nueva amiga presentarle, todas y cada una de mis viejas amistades.