Que hogar es algo
más que casa, todos lo saben. Y si la casa, no es solamente techo y paredes,
podríamos decir que es aunque sea un buen comienzo. “Por algo se empieza”
afirman cautos, los militantes, del primer paso. Y es porque llueve afuera, que
hoy agradezco en esta noche, tener un techo. Quien dice hogar, dice una casa
con sonrisas. También un sitio donde llorar cuando haga falta. Quien dice casa,
habla de techo y buen soporte. No solamente tejas rosadas. También ventana y
por lo menos alguna puerta que haga posible, entrar y salir.
Salvo unas raras, que son rodantes y a veces pueden, cambiar de sitio,
generalmente la casa es algo quieto que una encuentra siempre en el mismo
puesto. Eso permite, ir, venir y también volver, ya de memoria. Y si decido introducir
estas cuestiones, es para hablarles de una casa que fue mía y también, de
otros. La conocí y decidimos compartirla. Era una casa, estaba inmóvil, tenía
techo. En las ventanas, lindas cortinas. También sonrisas que la poblaban y
algunas lágrimas tenían refugio. Pero esta vivienda- que de a poquito fue
siendo hogar y eso no es poco- era casa y también puente. Con puente me refiero
a que unía mundos y permitía humilde el transito planetario.
Suena a mucho
pero les juro, yo no exagero. No es que alguien hubiera construido, donde había
puente, la residencia. Era una casa-puente que ensamblaba, imprevisiblemente
egos alternos.
Los que
habitábamos la vivienda en un principio, no preveíamos que también fuera
pasarela.
Pero de a poco
fuimos notando, que no sólo éramos el trance de otros, sino que justamente
éramos los mismos moradores, los que sin saberlo, habitábamos el tránsito.
Algunos otros gustaban
de ser de nuestra casa, visitantes. Era algo raro y hermoso. Y sobre todo,
sorprendente. De a poquito, la casa fue un hogar. Y techo y paredes sintieron
el ruido de cantos y músicas, de gritos felices.
Era feliz la casa
puente. Era feliz, probablemente por ser puente. Y por ser puente era
importante que esté abierto, a la gente que quisiera ir a otro lado.
Es que como
cualquier puente esta morada, conectaba dos orillas bien distantes. Dos esferas
antiguamente inconexas, dos dimensiones que sin la casa estaban sueltas.
Es así que era
crucial la relevancia de nuestro techo de luz, resorte y espirales.
Los visitantes,
frecuentes y ocasionales, eran un tema de no poca trascendencia. Algunos
necesitaban, pasar al otro lado. Nosotros no cobrábamos peaje alguno y al
contrario otorgábamos mates y galletitas. Algunos venían sólo por la merienda y
sin saberlo, estaban de pronto en el otro extremo del pasadizo.
Como se
imaginarán no fue posible, permanecer en tal vivienda por mucho tiempo. Fue una
estadía, fugaz, hermosa y clara. Fue estar consciente del cambio y lo que muta.
Muchos hablan de transitar el hábito. Para mi es mucho mejor, opuestamente,
habitar el tránsito.
La recuerdo, le
sonrío y se los cuento. Porque creo firmemente que la casa, aún existe en algún
sitio y si ustedes quieren, pueden buscarla y morarla por un período. La
experiencia es alucinantemente hermosa, sinceramente la recomiendo. Sólo que a
veces, aún sin replantear el salto, se hace difuso el destino final del cruce.
Y como la casa no lleva a todos a igual sitio, cada quien debe distinguir,
atento y feliz el actual puesto. La advertencia vale y también vale que sepan,
no olvidar la casa, ni buscarla con ansias.