Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario. O. G.

¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Olga Orozco


Por su propio peso

Iban los dos peregrinos, uno apenas más atrás que el otro. El camino se abría paso por delante y por detrás y también, por los costados. Alrededor de ellos no había cosa que no fuese camino y era sólo cuestión de saber andar, de ajustar la longitud de los pasos y acariciar con los ojos, recorrer con la mirada igual que lo hacen los pies.

Hacía tiempos incalculables que los dos peregrinos seguían rumbos casi parejos, ritmos casi equitativos. El que iba más atrás estaba habituado a observar, como una parte más del paisaje, al otro caminante que le daba la espalda. Durante tiempos remotos, atravesando climas adversos y la cambiante sinuosidad del camino, a la pesca de los infortunios y recompensas del andar y a la espera de las nuevas luces que veían desde lejos, nunca se habían dirigido la palabra.

Tanto camino los unía y aun así, algo grande los diferenciaba. El de atrás lo sabía bien por ser fiel observador de su compañero silencioso. De tardes y noches mirando aquella espalda misteriosa, el caminante de atrás no podía dejar de advertir que mientras él cargaba con un fuerte peso, su anónima compañía no percibía carga alguna sobre su espalda. Ustedes bien sabrán que la vida en nomadismo puede ser sacrificada: puro errar sin llegar a algún lugar al cual, llamar hogar. El caminante de atrás no se explicaba de qué modo, su compañero sabía andar sin acumular un gramo. Él mismo se las arreglaba para reducir sus posesiones y aun así, cuando lograba el descarte de alguna cosa, se encontraba con algo en el camino que, se aseguraba, sería de gran utilidad en algún momento y, prudentemente, decidía sumarlo a su carga por las dudas.

En la adversidad de la intemperie y el camino incierto, mejor era estar preparado, pensaba el caminante de atrás al tiempo que caminaba encorvado y ensayaba posiciones de equilibrio que le permitiesen repartir mejor el peso. No es que disfrutara sus quehaceres de mula, pero le costaba bastante concebir su vida de otro modo y se resignaba a tener que cargar ciertos lastres. Al fin y al cabo, el camino regalaba y mejor era tomar lo que venía en vez de desperdiciar pequeñas joyas.

Sin embargo, la imagen de su viejo compañero no dejaba de desconcertarlo. Le despertaba sentimientos adversos que oscilaban entre la lástima y la envidia, pero entre los que prevalecía la pura incomprensión.

El caminante de adelante, nada sabía de la existencia de su compañero de atrás. O por lo menos nunca lo había visto, lo cual no significaba que no hubiera sentido, algunas veces, el abrigo de alguna compañía indescifrable, un extraño aplacamiento a algunas soledades que se explicaban más que en nada, en la leal presencia de su involuntario compañero peregrino.

Un día, como en ruptura-o sabio cumplimiento- de algún presagio prefabricado, el camino los hizo compaginar los pasos de modo que acabaron por situarse uno al costado del otro y, sin darse cuenta, en una pausa de aquellas ocasionales, estaban parados frente a frente.

El caminante que caminaba encorvado-antes caminante de atrás- quedó encandilado ante la liviandad de su compañero y tuvo finalmente la oportunidad de hacerle las preguntas que se venía guardando:

-¿Es qué el camino ha sido tan cruel contigo que no te ha ofrecido ningún don o regalo valioso que conservar? ¿Cómo es que andas sin peso? ¿No te faltan cosas útiles al frenar?

-Todas las ofrendas que se me cruzaron, las tomé con el sólo objetivo de dejarlas ir. Sin apretar violentamente ningún don, tengo todo lo que preciso y a veces más. Cuando me encuentro por ejemplo, con una piedra preciosa, la tomo y al mismo tiempo la devuelvo. Así tengo siempre lugar, estoy siempre liviano.

El caminante de atrás frunció el ceño confundido.

-No sé si logré explicarlo bien-continuó el liviano caminante- pero creo que el secreto está muchas veces más que en hacer, en dejar correr. Todo lo que va a venir está también ya aquí. Lo que se va, también se queda acá.

Los peregrinos se miraron largamente. Abandonar parecía ser la norma. Perderse tenía que ser el nuevo emblema. Livianos de preguntas y cargas físicas, cada uno se abrió paso por su lado. La inmensidad se les presentaba tiernamente, todo era camino y el camino, imprevisto y espontáneo, era también un peregrino chiquitito, abriéndose paso lentamente, perdiendo su peso, abandonando la carga.

1 comentario:

  1. Dos peregrinos, cada uno tenía su casa, uno la llevaba a su espalda y otro a sus pies,uno vivía del quizás y las preguntas, otro del momento y sin espaldas que lo frenaran, confiaba en sus pies como última morada, otro creía en la previsión para seguir adelante. Uno encontraba pero no buscaba, el otro buscaba y quizás nunca encontrara lo suficiente.
    Ahí donde todo es camino y nada lo es, todas las elecciones son válidas, ya que en lo caminado se encuentra el único camino.

    Saludos
    DUTRi

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si tienes vos, tienes palabras. dejalas caer