Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario. O. G.

¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Olga Orozco


su abuelo y no

Ese hombre, parado junto a la parada del 526, era tan parecido a su abuelo, que Pablo estuvo a punto de saludarlo. Es que en realidad, ese hombre, parado junto a la parada del 526, no tenía nada de parecido a su abuelo como para que Pablo, sienta impulsos de saludarlo.
Y ahi fue que Pablo se dio cuenta que para que alguien le hiciera acordar a su abuelo, no era en absoluto necesario el parecido físico. Quizás sí se trataba de una especie de aura, una energía de la que se cargaba el aire circundante a la persona qe se le asemejaba. O quizás simplemente, las ganas de acordarse que tenía uno, aún cuando no pudiera, de ningun modo, saberlas presentes.

Entonces, justo en ese momento, Pablo pensó que no lograba decidir si era por cortesía o crueldad que ella, aún le seguía ofreciendo café, cada Domingo despues del almuerzo. No, no tomo café, decía él. Y no podía evitar encrisparse un poco ante esa pregunta, que enmascaraba a tantas otras.
No, gracias, más tarde unos mates. Y en el no al café se englobaba una temible secuencia de noes, que la espalda de Pablo, toda la piel que recubría su columna, traducía en escalofríos, puntadas que recorrían el centro y el eje de su cuerpo.
Y ahi estaba su abuelo, esperando al 526- tal vez al 521, tal vez no esperaba, tal vez no abuelo- Pablo nunca había aceptado los noes. Pensó en la máquina de cortar el pasto, y en los No, en las tijeras de jardinería y en los No, en los tomacorriente sin zapatillas de goma, y en los nN, en el café frio, siempre inoportuno y en los No. Pensó en su abuelo, que estaba ahi y No. Algun día, se mintió, algo se irá del todo. Quizas, tal vez, va a haber un domingo en el que las ausencias sean eso, cosas que no están. Y lo que no esté sería como si no hubiera existido nunca.
Como el sol que sale, como el que se pone, todo sucedía en pos de esa unica palabra de dos letras. Pablo hubiera querido no escuchar al sol, no ver a su abuelo, no odiar al café, pero entre el querer y el ser se entretejen inevitablemente, muchas deliciosas incomprensiones.
¿Y si ese hombre sí era su abuelo? ¿Si esa mujer desnuda que veía cada mañana al levantarse, del lado izquierdo de una cama en la cual el siempre ocupaba el derecho, era en verdad la mujer que él amaba? Pablo, como cualquiera de nosotros no lo sabrá nunca, por suerte.
Y para salvar algunas contradicciones demasiado peligrosas, para evitarnos confudir fotos con espejos. En fin, para rescatarnos de los péndulos indecisos o simplemente por pura maldad de un Diós de cotillón, el 526 finalmente llega a la parada. Esa nave tan argenta que se detiene, y va hinchándose de a poco de gente indiferente es la campana que significa para Pablo el fin de ese viaje en el tiempo, la vuelta al mundo de noes.

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