Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario. O. G.

¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Olga Orozco


Cuenta pendiente

Si es cuestión de cerrar cuentas-o mejor dicho,  sería abrirlas cual heridas - digamos que no son pocas ni chicas las cositas que hemos dejado pendientes. Al fin y al cabo no está mal, es casi un mérito: Que queden cosas por hacer no es otra cosa que el saldo que dejaron buena pila de apetitos explosivos, un torrente de proyectos barrilete que supimos liberar. Algo pendiente es además sencillamente algo que está pendiendo, como una hoja de un árbol ya marrón, balanceándose en la rama, hamacándose solita hasta caer. Y la caída la volverá pisada o placer en oídos distraídos. Dale, hagamos inventario de todo aquello que nos quedó deshecho, redactemos  una lista y un último epitafio, conjuremos nostalgias, orgullos y desengaños. Y sobre todo, seamos  bien sinceros con nuestra propia inconclusión, publiquemos los ítems uno a uno, como quien dicta una lista para el súper. Sí, enumeremos los cabos sueltos  como quien va a hacer las compras. Suena oscuro lo sé, pero verás que es divertido.
¿Qué nos quedó pendiente?
-           Un té con limón, un dobladillo y una nueva historia de amor.
Exageraste con lo del amor, hasta infusiones y arreglos costureros íbamos bien.
-          Un tobogán, una taza, un desencuentro.
-          Y una explicación.
Mirá, no es que no quiera. Si me pedís que te explique, yo lo intento. Si lo que buscás es esclarecimiento, puedo inventarte algo  muy tranquilamente. Puedo fabricar ingenuamente algún pretexto, como quien  junta en su bolsillo unas piedritas. Puedo armar una fábula así de fácil, con gusto y torpeza, como quien simple y llanamente, respira.
Podría decir también algunas cosas que sonarían fácilmente muy absurdas.  Sentirías con pena y por error que simplemente te estoy tomando el pelo. Y quizás, sería cierto. Pero te advierto mi caracolito, que tomarte el pelo  sería el acto más solemne. Embromarte, el homenaje más cortés. En serio, no es un chiste. No hay nada más real y más valioso que el absurdo. Nada mejor para hacer con lo preciado que, sencillamente, ridiculizarlo.
Podríamos decir, por ejemplo- y esto lo diríamos juntos con todas nuestras voces porque mi voz no sería más que el eco de otra voz que fue el eco de otra voz de un discurso colectivo- que al principio éramos distintos distantes. Que primero se atrajeron nuestras grietas y luego se fueron lentamente asemejando. Nuestras preferencias musicales, bamboleos y también nuestra manera de sostener el tenedor y los fideos. Como bostezando y estirando las piernas, el contagio fue voraz y defectuoso.  Podríamos decir que inmediatamente nos parecimos tanto que quebramos, y a justo juicio terminamos cada uno por su lado. Emparentados por mimesis inédita ya no nos vimos, ya no fluimos.
Nada de eso. Ni esto ni aquello, quizás solamente un caramelo.
Y una división de tres cifras, en papel y lapicera. Una cuenta muy difícil que no pude completar.
Eso también, quedó pendiente.

Elvio y domingo


La semilla ha caído,
caído como cae sobre la tarde
de los cocoteros la noche y sobre la noche el alba.
Algo esencial, de latido o de sangre, ha rodado en
lo oscuro.

Sena nuestro instante de asombros
llegado con el peso de una piedra o de un mundo;
un peso silencioso, vencedor; un peso
de espera interminable. Y no podremos ahora
desandar lo vivido, apagar esa hoguera que nos
iluminaba
con su agonía y su triunfo.

Se habrán movido las hojas
del plateado eucaliptus en la llanura inmóvil;
el leopardo habrá dado su salto en la guarida
y acomodado a sus pichones las palomas; el aire
tal vez se puntuaría de imprevistos gorgeos
y un hondo movimiento habrá agitado el agua de
los pozos.

He aquí el origen de un río,
la raya inaugural de la aurora, la primera
palpitación de una codorniz, el brote inicial de un
manantial
profundo, y tú, la guardadora del raudal de
mañana,
sonríes imaginando un rostro que ha de llegar, un
gesto desconocido que será nuestro,
la prolongación y el acento de tantas cosas
compartidas.

¡Sonríes imaginando un rostro
que ha de llegar! Y eres así como un campo
inundado, como un pétalo oscuro que ha guardado
el rocío; parece que el lucero recaló en el trasfondo
de tus ojos iluminando tus entrañas. Y acaso desde
ahora
camines con la aprensión de quien lleva
—en noche de tormenta— una indecisa llama
entre las manos.

Es solamente una semilla, la predicción
de lo posible, el aroma inasido y destinado
al fuego de un capullo fervoroso, la herramienta
moldeada en la imaginación del forjador; apenas
eso, y ya ha puesto
la pisada en las huellas que hemos dejado en la
arena reflejando el secreto de nuestro ardiente
pasado en cada gesto.

Ahora es sólo una semilla, un germen
y ha abierto las ventanas, el silencio y las cerradas
puertas de la casa 


"El Germen", Elvio Romero

El mar en las manos


Los Frailes, Ecuador, Febrero de 2012


El mar en las manos

Yo ahora estoy acá mirando el mar. Lo miro y creo en él y creer es crear.
El mar me obliga a mantenerme en movimiento, especialmente a esta hora en la que nos vamos cambiando de sitio empujados por él y su amenaza de abrazo. Cada ola se acerca un poco más y marca el crecimiento del agua.
No ésta, la próxima sí nos va mojar”, pensamos y aun así no nos movemos.
No es sino cuando la marea más osada se acerca y trae agua a las puntas de los pies que realmente tomamos mochilas y libros y abandonamos el trono de arena para situarnos un poco más atrás, donde estemos a salvo de la sal por algún rato, hasta que vengan a sacarnos nuevas olas.
El ritual se repite cada atardecer y es verdad que podríamos evitar fácilmente esta mudanza por cuotas, este martirio de incompleta inundación. Bastaría anticipar un cálculo y sentarnos allí donde estemos a salvo del agua.
Pero algún encanto hay en este dejarnos perseguir, algún sabor dulce se trae este escape pausado.
A mí personalmente, me fascina observar las olas tomar fuerza de a poquito. Me enamoran puntualidad y valentía, sé de su cercana traición e igual, feliz, presto los pies.
Quien me viera observar cauta a la espuma, con un poco de ingenio entendería que es algo más que la marea lo que me imanta aquí, ahora.
La playa me regala efectiva seducción pero ya no colecciono caracoles. Alguna vez fui capaz aunque ahora me resulta imposible acumular restos de playa y no es por no valorarlos, sé admirarlos y asombrarme de sus curvas, colores y huecos, me sorprende el brillo que les deja el agua y le sonrío a los laberínticos recorridos. Alguna vez sí pude juntar recuerdos playeros y a los caracoles les exigía algo más que belleza, porque a determinada edad y sin preverlo, había descubierto algo interesante. Había sabido encontrar caracoles grandes que, cerrando los ojos y arrimando el oído en justo ángulo, me llevaban al mar. Hasta el momento de tal revelación no había sabido imaginar magia más grande que el sonido a oleaje encapsulado y latente en caracoles. Debía ser, es posible, un caso más de amor entre opuestos como imanes esto de que espirales y agua salada se atraigan en simbiosis. Alguna especie de fusión afectiva que había provocado la mutación de aquellos grandes caracoles en ocultos mares portátiles. Mucho de todo eso, incomprensible, me encantaba a mí, niña de orilla. Me fascinaba la idea de que me llevara a donde fuera ese abreviado acceso al mar, porque el sonido al envolverme, hipnótico, me iba trayendo más que melodías, me iba obligando a concebir también olores, a formular la esencia misma del oleaje que habita ya lejana de la playa. La música venía de algún lugar inexplicable y yo iba convocando a todo lo otro que era el mar, a sus partes menores que tenían más poder, a todo eso que se escapa al intentar describirlo, a aquellas cosas que faltan en las fotografías.
Viento y olas concentradas, tierno camino de sal, maravilla.
Pero como se hilan y encadenan los encuentros, un día tuve un hallazgo más terrible, desatenta y sin pensar en oír ondas brumosas, un vaso de plástico recubriendo el tímpano me trajo también aquel camino clandestino.
Al poco rato supe que no era imprescindible acumular caracoles para generar efecto de música y mar.
No sólo cualquier vaso o recipiente cóncavo, también mi propia mano en correcta posición abría igual camino hacía el fluir oceánico. Supe que el verdadero asunto es, más que tener la herramienta, saber conectar fiel con la imagen y el recuerdo de las olas. Bloquear íntimamente a tantas otras y entregarse a la búsqueda de aquella onda que queremos surcar. No sólo escuchar atenta, también perseguir la precisión de los sentidos y habilitar el océano en lugares impensados.
Lo que no supe enseguida fue si la existencia de tantos caminos al mar me hacía feliz o me decepcionaban. Precoz poseedora de un saber me pregunté en cuál vaivén sería mejor confiar. Mis propias manos eran sostén de mundos nuevos y mis ganas de creer puro transporte, pero el mar también estaba en la intemperie, tan pronto a mojarme, hamaca en la arena. Y yo, hechicera, debía elegir si conservar o perder ese atajo hacia las olas. Era una dicha poder ir y venir del paraíso pero también había peligro.
En realidad el mar está allá afuera pero lo que realmente creo, lo que realmente invento, es que hay mar si se lo busca con vehemencia por sobre otras cosas que también existen. Privilegiar el agua es una opción, saber oír entre las manos es virtud, pero lo más prudente e importante es saber moderar nuestros aciertos.
En la orilla, y sabiendo mis poderes, espero que me moje el otro mar. Escucho su vaivén hipnotizada y miro mis manos. Las extiendo y las observo asombrada, como si fueran un poco mías y un poco de la orilla y estuvieran hechas de arena. De a poco siento que me asusta lo que veo. Me pregunto dónde termina mi piel y empieza la playa, quiero leer el mensaje oculto que traen las líneas de la palma pero también acatar el enunciado de la espuma. Mis ojos rebotan desde las líneas de la palma hacia la inmensa sal fiel quiromancia y yo le tengo a ambas partes respeto y temor. Es él quien igual me va a mojar y aunque yo sé que la música también vive en mis manos, en la orilla mejor disimular.

Casa-puente

Que hogar es algo más que casa, todos lo saben. Y si la casa, no es solamente techo y paredes, podríamos decir que es aunque sea un buen comienzo. “Por algo se empieza” afirman cautos, los militantes, del primer paso. Y es porque llueve afuera, que hoy agradezco en esta noche, tener un techo. Quien dice hogar, dice una casa con sonrisas. También un sitio donde llorar cuando haga falta. Quien dice casa, habla de techo y buen soporte. No solamente tejas rosadas. También ventana y por lo menos alguna puerta que haga posible, entrar y salir. 

Salvo unas raras, que son rodantes y a veces pueden, cambiar de sitio, generalmente la casa es algo quieto que una encuentra siempre en el mismo puesto. Eso permite, ir, venir y también volver, ya de memoria. Y si decido introducir estas cuestiones, es para hablarles de una casa que fue mía y también, de otros. La conocí y decidimos compartirla. Era una casa, estaba inmóvil, tenía techo. En las ventanas, lindas cortinas. También sonrisas que la poblaban y algunas lágrimas tenían refugio. Pero esta vivienda- que de a poquito fue siendo hogar y eso no es poco- era casa y también puente. Con puente me refiero a que unía mundos y permitía humilde el transito planetario.
Suena a mucho pero les juro, yo no exagero. No es que alguien hubiera construido, donde había puente, la residencia. Era una casa-puente que ensamblaba, imprevisiblemente egos alternos.
Los que habitábamos la vivienda en un principio, no preveíamos que también fuera pasarela.
Pero de a poco fuimos notando, que no sólo éramos el trance de otros, sino que justamente éramos los mismos moradores, los que sin saberlo, habitábamos el tránsito.
Algunos otros gustaban de ser de nuestra casa, visitantes. Era algo raro y hermoso. Y sobre todo, sorprendente. De a poquito, la casa fue un hogar. Y techo y paredes sintieron el ruido de cantos y músicas, de gritos felices.
Era feliz la casa puente. Era feliz, probablemente por ser puente. Y por ser puente era importante que esté abierto, a la gente que quisiera ir a otro lado.
Es que como cualquier puente esta morada, conectaba dos orillas bien distantes. Dos esferas antiguamente inconexas, dos dimensiones que sin la casa estaban sueltas.
Es así que era crucial la relevancia de nuestro techo de luz, resorte y espirales.
Los visitantes, frecuentes y ocasionales, eran un tema de no poca trascendencia. Algunos necesitaban, pasar al otro lado. Nosotros no cobrábamos peaje alguno y al contrario otorgábamos mates y galletitas. Algunos venían sólo por la merienda y sin saberlo, estaban de pronto en el otro extremo del pasadizo.
Como se imaginarán no fue posible, permanecer en tal vivienda por mucho tiempo. Fue una estadía, fugaz, hermosa y clara. Fue estar consciente del cambio y lo que muta. Muchos hablan de transitar el hábito. Para mi es mucho mejor, opuestamente, habitar el tránsito.
La recuerdo, le sonrío y se los cuento. Porque creo firmemente que la casa, aún existe en algún sitio y si ustedes quieren, pueden buscarla y morarla por un período. La experiencia es alucinantemente hermosa, sinceramente la recomiendo. Sólo que a veces, aún sin replantear el salto, se hace difuso el destino final del cruce. Y como la casa no lleva a todos a igual sitio, cada quien debe distinguir, atento y feliz el actual puesto. La advertencia vale y también vale que sepan, no olvidar la casa, ni buscarla con ansias.

como arañas

Se me escapan
la palabras.
Las veo irse
aceleradas,
como arañas.
Ellas tejen
finas telas,
yo las miro.
Yo contemplo,
el entramado,
las observo.
Ya sin miedo
a quedar presa, 
las admiro.
Densas redes,
son ajenas
y me asombran. 

Como arañas.

Domingo con Carlos


Que pode uma criatura senão,
entre criaturas, amar?
amar e esquecer, amar e malamar,
amar, desamar, amar?
sempre, e até de olhos vidrados, amar?

Que pode, pergunto, o ser amoroso,
sozinho, em rotação universal, senão
rodar também, e amar?
amar o que o mar traz à praia,
o que ele sepulta, e o que, na brisa marinha,
é sal, ou precisão de amor, ou simples ânsia?

Amar solenemente as palmas do deserto,
o que é entrega ou adoração expectante,
e amar o inóspito, o áspero,
um vaso sem flor, um chão de ferro,
e o peito inerte, e a rua vista em sonho,
e uma ave de rapina.

Este o nosso destino: amor sem conta,
distribuído pelas coisas pérfidas ou nulas,
doação ilimitada a uma completa ingratidão,
e na concha vazia do amor à procura medrosa,
paciente, de mais e mais amor.

Amar a nossa falta mesma de amor,
e na secura nossa, amar a água implícita,
e o beijo tácito, e a sede infinita.

Amar, Carlos Drummond de Andrade

Son ríos



Foto de Maru Solla en Sorata, Bolivia, Enero 2012



Esto que les cuento, estén atentos, es un secreto que trajo buen jolgorio, una leyenda alegre y fantasiosa que hoy me propongo, explicar.Lo hago porque aprendí que no tiene sentido, guardar cosas dichosas clandestinas, vacilar al compartir las maravillas.
Sucede que un día, de repente, comencé a escuchar el río. Y no es que hubiera llegado a un río. Tampoco era el sonido distante y llamante el que me guíaba fiel por el camino y así me conducía ha cia su encuentro.
El río simplemente había estado allí, quizás desde hacía tiempo y fue sólo necesario que de a poco fuesen cediendo las compuertas de mi capacidad de oir. Es que para saber dejar entrar sonidos de agua y piedra, no es necesario tener un río cerca. Sospecho que de igual modo descansar junto a la orilla, próximos al agua que es dulce y corriente, no alcanza ni es de ningun modo suficiente, para escuchar al río.
El caso es que un día, comencé a escuchar el río, era un canto tierno y leve y sentí que fácilmente, nos ganamos mutuamente la confianza. Es que escuchar bien no es poca cosa, para empezar cualquier vinculo afectivo y ganar correctamente intimidad.
Enseguida atenta y muy feliz, supe que percatarse de sonidos acuosos significaba algo muy grande dentro mío, me traía hermosas y frescas revelaciones.
No era simplemente el agua refrescante y la suave música que fácilmente arrulla. Más que eso mi corazón crecía gracias a muestras tan puntuales, de movimiento.
De pronto fui conciente de su eterno flujo y no pude hacer otra cosa que dejarme endulzar.
Es que movimiento y agua son buen complemento y sino esperen a ver lo que sucede cuando quieta y calma, se estanca y se pudre.
Qué asombro aprender, de aquél cambio constante, qué novedad sentir el fluir tan cerca mío.
No es que hubieran faltado en mi previa biografía, muestras tan grandes de belleza y alas.
Pero esta vez algo debía ser diferente. Es que era justamente saber prestar oídos, escuchar cantos por tiempo indeterminado. Significaba de repente elegir para mi lengua, el necesario silencio que de paso al agua.
Como quien comienza a tejer tranquilamente, pares de seguidas revelaciones, supe que si de repente yo escuchaba el río, si de eso era capaz sin ni habérmelo propuesto, a muchas otras cosas estaba dispuesta, tantos paraísos podía conseguir.
Inmediatemente cai yo en la cuenta que no era necesario que existiese un río, de caudal corriente y dulce agua móvil. Para abrir los mundos que tan feliz me hacían, no era necesario el sostén externo, sino justamente entrenar la escucha y saber oir hasta con la piel.
Mis ojos cerrados y tímpano atento supe fácilmente que algo de aquel río que había irrumpido con canciones dulces, fluía en la retina de otros ojos pardos que a mi alegria observaban atentos.
Y como de los amores yo poco sabía, tuve que primero escuchar el río, para prontamente compartir contenta, la suave y hermosa, melodía.
Hay quienes comparan, quizás torpemente, a los amores nuevos con fuegos y chispas. Dicen que el romance habita caluroso y que quien acude jugando, se quema. Hablan de cenizas que siempre permanecen y de avivar la llama también después de un tiempo.
Yo en cambio no dudo de que el amor es agua, fluyendo entre rocas, cayendo entre sierras. Es estar arriba y buscar caminante, el rumbo hacia olas saladas y arena.
No sé si me entienden pero a mí,personalmente, me persigue el río y qué suerte tengo.
Hubo un día simple, furioso y etéreo en que tuve la dicha de empezar a oír y me quedo claro que el amor es siempre fenómeno par. No es sencillamente que sean necesarias, dos personas amantes para empezar todo. Además de eso esto significa que por necesidad o efecto contagio, se amen por lo menos dos cosas al tiempo. Gracias a tan buena compañía mirante, pude oír el río e inmediantamente no quise otra cosa que juntos y mudos lo atendiéramos. No sé yo a quien llamar amor primero, si serán los ojos tan bien compañeros o fue antes el rio, fluyendo dispuesto. Es que tus pupilas también eran de agua y yo deseaba sólo ser pura agua dulce y correr libremente siguiendo pendiente.
Y no es que iniciándose aquella vez primera, aquel sonido hermoso me acompañara siempre. Si todo es dinámico, más lo son los ríos, que muchas veces se bifurcan y fusionan y en otros tantos casos por crecer, inundan. Hoy sé ciertamente, aún en silencio, que hay otros ríos, altos o subterraneos, furiosos o mansos. Me siento a escuchar y sé que está viniendo un próximo sonido clandestino. Se suponía que río había uno solo, que después del amor de adolescente, ya nada eleva como antes. Pero por suerte el río, bien compremetido, fluye y se transforma, avanza y va llegando. Y cuando de repente, lo puedo oir venir, sé que el próximo es también el primer río, cada uno me golpea como nuevo, me da vuelta y reinventa aunque no quiera. O será que justamente el primer río es la única corriente que regresa una y tantas veces, a visitarme y hallar escucha nueva. Será que es como dicen algunas campanas nuevas y el río es uno sólo y lo que cambian son las piedras que al correr encuentra. Yo no sé si es así o de otra manera pero algo hay aquí de buen designo, ya que cuando me creo en la sequía, no hago otra cosa que afilar la calma, que obturar la visión con sincronía y dejar crecer mi capacidad auditiva. Y solamente deseando, va llegando, solamente escuchando ya está acá. También brillan aquellos otros ojos, que turnantes acompañan el mirar, pero en pleno goce de tan tierna sinfonía yo sé que ese río y ese amor, son principalmente, míos.

enCanto





"Las personas no mueren, quedan encantadas"

João Guimarães Rosa


Es verdad que los duraznos sangran. Sonrío al imaginar a su carozo protegido por lo dulce como un corazón latiente y valiente. Y es la vida que nos sorprende en lo que es, aparentemente, inanimado la razón de tantos viajes de asombro durante temprana y tardía adolescencia. Eso de intentar solamente ser feliz y un poco, tropezar. Por suerte, a pesar de los tropiezos, siempre estaban además de mis palabras-enredadera, las palabras de otros que algunas buenas cosas advertían.
Entre esos otros y como destacada compañía, estaba Luis. Que todo camino puede andar y el grito de que mañana es, aunque nos fuercen, mejor, no es poca cosa para recordar algunas veces. Reconocerse un ángel de hambres bien reales es bastante, para volver estandarte y sonreírle a las crisis cotidianas.

Que las palabras ajenas, de esas salvadoras, se vuelvan canción- y barro, tal vez- trae la ventaja de que acompañen siempre, a pesar de lo que a veces, en la inmediatez, parezcan pérdidas.

A pesar de lo dicho en Poseído, un poco sí somos, si hay arte, amigos de lo eterno. Siempre y cuando no se pudran los relojes en las mentes.
Las canciones, algunas, nos pinchan y son ayuda .Ayudan a decir y también, a callar, cuando la guitarra habla cosas carentes de palabras. Algunas melodías se van volviendo himno, con amigos y compañeros varios.
Pero si los himnos, a veces, son efímeros y las filosofías de vida cambian a buen ritmo, la música con certeza es lo que dura. Dura y tiene vida. Vida y sangre como aquél durazno. Y más que eso, creo yo, es sobre-vida, que se antepone a las muertes, a veces terrenales. La música viva, viva siempre, nos trae algún presagio de lo que vendrá y qué emoción que tenga entonces, música toda la vida. Qué emoción que sea música cada tonta cosa. Qué alegría que hoy ya es mañana y que amar sea la eternidad buscada.
Si al intentar, gran desafío, explicar con vocablos cosas tan grandes, aparecen palabras de otro que son música, música que es vida, vida que es no despertarse nunca sin amar. Entonces, al final, me queda una sonrisa y me digo, seguramente, esta vez, la canción sí llegó hasta el sol.

el sol se pone

Nunca sei como é que se pode achar um poente triste.
Só se é por um poente não ter uma madrugada.
Mas se ele é um poente, como é que ele havia de ser uma madrugada?

Alberto Caeiro, in "Poemas Inconjuntos" Heterónimo de Fernando Pessoa

Bragado, Buenos Aires, Argentina, 2009, Foto por Naty


Colonia, Uruguay, 2010

Antofagasta de la Sierra, Catamarca, Argentina, 2010, foto por Lucy



San Javier, Córdoba, Argentina, 2010


El Pinar, Uruguay, 2011 Foto por Julita




Canoa, Ecuador, 2012



Montañita, Ecuador, 2012

A lo mejor...



soy otro, andando al alba, otro que

marcha.
Cesar Vallejo


me pregunto dónde
está el hogar.
Si son los libros,
las camas,
o los rostros compañeros.

a veces
es hogar
lo que el exilio
sabe buscar con,
inmenos ojos

quizás
el hogar sea
justamente
la mirada
como anzuelo al agua.

Pero también,
o que se quiere
y está oculto,
lo que al buscar
ansiosamente,
se escabulle,
eso también,
es la casa,
si se regresa

Me pregunto
si existe,


o es posible,


eso de llamar hogar


a algún lugar.




En la duda,
reinvento mis esquemas,

y me respondo que

seguramente
sean hogar,simplemente,
estas preguntas.

dominó


Me encontré en la calle una pieza de dominó. Fue como una invitación a jugar pero también, aunque no crean, una amenaza. No sentí simplemente que me invitaban a abrir, la puerta que lleva al divertimento. Sentí más que eso, un desafío. Como si alguien susurrara bien prudente: “Veni, jugatela”. O aún más tensionante escuché que preguntaban: “¿A ver si esta vez te la jugás?.
No me quedó otra que pacientemente, del asfalto y los peatones, rescatarla. Tuve que obedecer a una sabiduría ingenua que me dice: “si encontrás, recibí bien” y auguria los destinos más terribles a quien topa com tesoros y los deja. Y así, por no poder dejar, fui guardadora, de un pedazo de plástico que traía, incontable potencia y energía.
Era una pieza de plástico negrita, con dos números en narnaja y rojo, con círculos alineados sabiamente, que indicaban cifras para encastrar, dobles que buscar. Al tenerla cautiva en mi bolsillo, al haberla rescatado inútilmente, enfrenté uno a uno a una hilerita, de dilemas que tampoco pude dejar escapar a la intemperie. Les di abrigo casi sin darme cuenta, a algunos cuestionamientos fértiles, que comenzaron a poblar mis pensamientos.
¿Sería hora de armar yo misma la jugada y dar buen uso a aquella ficha sugestiva?
¿Se trataba entonces de construir buena estrategia, que amerite aplicar aquella pieza?
Quizás si sólo diera un paso hacia algún lado, todo fluiría cual efecto dominó y un monton de otros juegos, ocultos, escondidos, llegarían a adornarme la existencia. Pero tal vez no era este el momento de jugar y esa rica ficha debería descansar, guardar su fuerza, hasta que llegara bien preciso el último juego.
Lo cierto es que no era capaz de mentirme ni a mi misma, tenía una ficha que jugar en el bolsillo.

Los demás no lo sabían, ni podían imaginar la potencia de aquella extraña y secreta posesión mía.
Pero yo, atenta y calma, tenía una ficha, que algún día, si quisiera, podría jugar.

Pensé que era mejor manetener baja, la perdiz de quien tiene alguna cosa. Que nadie supiera de mi tesoro lo hacía sin dudas más sagrado y sobre todo y también, más mío.
Decidí no jugarla con inmediatez. Ansiedad y apuro podrían traerme muy mala pasada.
Resolví guardarla en buen escondite, darle un lugar seguro y a salvo. Quizás encontraría un sitio tan bien reservado, que yo misma podría, al cabo de algún tiempo, olvidar su invulnerable paradero.

Porque a fin de cuentas, vale confesarles, saber que tengo yo, en este gran tablero, una ficha extra que permanece oculta, me hace sentir fuerte y bien predispuesta a buscar atenta el momento en que convenga, hacer la jugada. Siendo buscadora por fiel vocación, ser guardadora de un pedazo de juego, me eleva tan alto que todo lo veo. Es que nadie sabe- ni se lo pregunta- dónde es que yo tengo aquel trozo de plástico, que da ante el vacío revancha y victoria. Nadie sabe y ahora que lo pienso, tampoco yo recuerdo dónde es que lo he puesto. No sé de memoria si fue en un bolsillo o si lo enterré allí con los yuyos.
Mirando nuevamente a toda esta cadena de felices y extraños acontecimientos, ya no es importante dónde lo guardé, si lo tengo, lo tuve o podre recuperarlo. Me basta recordarme prudente guardadora de una última jugada que es mía solamente. Una ficha más que sólo yo tengo y que si no es hoy el día quizás sea mañana en que me decida a jugarla.

Aunque humildemente y sabiendo dudar, quizás tengamos todos la posibilidad de encontrar una nueva pieza que abra camino a apostar más de lo mismo y obtener a cambio todo lo nuevo del mundo. Y probablemente sea fatal e imprescindible, la importancia de que todos sepamos mantener en secreto y confidencia nuestra condición de guardadores. Seguir así la vida muy alegremente, dispuestos a saber cuando es hora de rescatar algo del piso y encontrar allí nada menos que la clave, del próximo salto hacia la suerte. Por supuesto también estar concientes, de que tener una ficha es justamente, la invitación a jugar y mejor ser, ademas de guardadores, juguetones.

retorno


Lisbon Revisited
Fernando Pessoa

Otra vez vuelvo a verte,
ciudad de mi infancia pavorosamente perdida…
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí…
¿Yo? Pero, ¿soy yo el mismo que aquí viví, y aquí volví,
y aquí volví a volver y volver,
y aquí de nuevo he vuelto a volver?
¿O todos los Yo que aquí estuve o estuvieron somos
una serie de cuentas-entes ensartadas en un hilo-memoria,
una serie de sueños de mí por alguien que está fuera de mí?
Otra vez vuelvo a verte
con el corazón más lejano, el alma menos mía.
Otra vez vuelvo a verte
con el corazón más lejano, el alma menos mía.
Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma,
fantasma errante por salones de recuerdos
con ruidos de ratas y de maderas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir…
Otra vez vuelvo a verte
sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento a una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche cual estela de barco al perderse
en el agua que dejamos oír…
Otra vez vuelvo a verte,
mas, ¡ay, a mí no vuelvo a verme!
Se rompió el espejo mágico en el que volvía a verme idéntico,
y en cada fragmento fatídico veo sólo un pedazo de mí,
¡un pedazo de ti y de mí!

poetomancia de sábado, reminiscente el domingo


A noite não é simplesmente um negrume sem margens nem direções.
Ela tem sua claridade, seus caminhos, suas escadas, seus andaimes.

A grande construção da noite sobe das submarinas planícies

aos longos céus estrelados

em trapézios, pontes, vertiginosos parapeitos,

para obscuras contemplações e expectativas.



Então, a noite levava-me... – por altas casas, por súbitas ruas,

e sob cortinas fechadas estavam cabeças adormecidas,

e sob luzes pálidas havia mãos em morte,

e havia corpos abraçados, e imensos desejos diversos,

duvidas, paixões, despedidas

- mas tudo desprendido e fluido,

suspenso entre objetos e circunstancias,

com destrezas de arco-íris e aço.



E os jogadores de xadrez avançavam cavalos e torres,
na extremidade da noite, entre cemitérios e campos...

- mas tudo involuntário e tênue –

enquanto as flores se modelavam e, na mesma obediência,

os rebanhos formavam leite, lã,

eternamente leite, lã, mugido imenso...

Enquanto os caramujos rodavam no torno vagaroso das ondas

e a folha amarela se desprendia, terminada: ar, suspiro, solidão.



A noite levava-me, às vezes, voando pelos muros do nevoeiro,

outras vezes, boiando pelos frios canais, com seus calados barcos

ou pisando a frágil turfa ou o lodo amargo.



E belas vozes ainda acordadas iam cantando casualmente.

E jovens lábios arriscavam perguntas sobre dolorosos assuntos.

Também os cães passavam com sua sombra, lúcidos e pensativos.

E figuras sem realidade extraviadas de domicílios,

atravessadas pela noite, pela hora, pela sorte,

flutuavam com saudade, esperando impossíveis encontros,

em que países, meu Deus, em que paises além da terra,

ou da imaginação?



A noite levava-me tão alto

que os desenhos do mundo se inutilizavam.




Regressavam as coisas à sua infância e ainda mais longe,
devolvidas a uma pureza total, a uma excelsa clarividência.


E tudo queria ser novamente. Não o que era, nem o que fora
- o que devia ser, na ordem da vida imaculada.
E tudo talvez não pensasse: porém docemente sofria.


Abraçava-me à noite e pedia-lhe outros sinais, outras ceretzas:

a noite fala em mil linguagens, promiscuamente.


E passava-se pelo mar, em sua profunda sepultura.
E um grande pasmo de lagrimas preparava palavras e sonhos,

essas vastas nuvens que os homens buscam...


Cecília Meireles

del combate

... con las palabras, ocúltame. A.P.

tuve un sueño dulce
y escalofriante
estando con frio
en la noche abierta

venían a cubrirme
un manto de palabras
suaves como plumas
del hielo y la luna
me daban abrigo

al ver que mi piel
ya más tibiecita
resistía firme
vocablos-espina,

vinieron ansiosas
una y otra más.
y las caricias tiernas
devinieron peso

luego como abejas
en una colmena
se juntaron miles
de nomenclaturas
que cubrieron todo
lo que de mi había

y el abrazo aquélque daba calor
acabo apretando
hasta dar asfixia

Decir Chau

“Sólo para decir chau” dijo después de aparecer y antes de sentarse com nosotros.

Estábamos absortos mirando el fuego. Sólo que no recuerdo con certeza si había fuego o lo imaginábamos. Nadie le dio más respuesta que alguna débil sonrisa, una calma hueca de sincera aceptación.

No hacia falta explicarle que lo estábamos esperando. Él también-como nosotros- tenía fuego en los ojos. Expectantes de lo que arde y se destruye y se reinventa, nadie tenía el coraje ni la voluntad de desperdiciar palabras. Él había venido sólo a decir chau. Era curioso y peligroso ese oficio de llegar simplemente a despedirse. Su lengua- por suerte- confería la justa y sana cuota de prudencia. Decir solamente chau.

En poco tiempo seríamos ceniza. Pero ahora, en este presente concentrado, sin miedos ni temblores, tocaba arder. No recuerdo si mirábamos el fuego o eramos el fuego. La memoria, esa otra gran hoguera, reinventa y reconstruye ingenuamente.

Sin dudas que estábamos ardiendo, pero no puedo saber si hechábamos la leña o había alguien afuera encargado de traer ramitas secas. Había que decir chau. Sobre el calor y la explosión lo confirmábamos. El combustible tendría que agotarse.

Allí había, sin dudas, mucha luz. Lamentable el borde difuso de mi recuerdo que no puede especificar cosas tan claves. Por ejemplo ahora no sé si la luz era nuestra o cual satélites opacos otra fuente luminosa reflejábamos.

Al silencio homenajeábamos devotos. Había que decir chau y gratamente, lo decíamos ardiendo.

Quizás no eramos nosotros ni alguien afuera, sino aquella amalgama impredecible la que un día había logrado aquel incendio. O quizás, ni siquiera hubiera fuego y estábamos sentados observando un montoncito de rebeldes ramas verdes. Lo cierto es que con magia al poco tiempo, fuimos ceniza que volaría el viento. Y al ser polvo en el aire no supimos de despedidas ni palabras castradoras. Pero aún grises y secos y bien libres, a la merced de brisas y huracanes, quedaría marcado para siemrpe, el recuerdo del calor tan molinete.

Sólo que no recuerdo si había fuego.

Las cucarachas

Durante un rato, me concentré solamente en vigilar que no se acercaran las cucarachas. Sentada bajo aquél viaducto, atrapada entre la noche y la lluvia, esa parecía ser una tarea lo suficientemente importante como para impedirme el sueño que, intermitentemente, aparecía y amenazaba con vencerme. Estaba sentada con las piernas cruzadas, en esa posición que algunos gustan de llamar "de indio". Expresión que yo, en estas líneas, prefiero evitar debido a su peligrosa ambigüedad.

Mantenía mi vista fija en un radio próximo a mí y pensaba en las cucarachas. Paradójicamente, esa suerte de supuesta inmunidad que mi visión debería ejercer sobre el espacio que me rodeaba, me obligaba a no pensar sino en ellas.

Estaba segura que ellas aparecerían en cuanto cerrara los ojos y el riesgo de despertarme con la suave caricia de sus patas acariciando mi cara o mi brazo era suficiente razón para mantener los ojos abiertos. Comprendí rápidamente que no tenía otra cosa en qué pensar ni algún otro asunto del cual ocuparme. Miraba el gris del piso fijamente, mi cabeza gacha no cambiaba hacía rato su posición de escolta. De un momento a otro me sorpendí vigilante y sentí el poder y la fuerza de quien tiene una misión. Y quien estaba al cuidado de mí misma era justamente, yo. Cuidar que no se acerquen esos bichos temidos era un mimo a mi propria y tantas veces ignorada, individualidad.

De repente las empecé a imaginar aparecer, primero de a una y luego un par que iban multiplicándose hasta escaparse de la misma, contabilidad.

Pero no se acercaban sino hasta un punto, mi visión estaba ahi para impedirles, llegar más allá,. Las estaba observando y ellas, lo sabían.

No tenía otra cosa en qué pensar. Sólo las cucarachas.

Qué pasaba con ellas que no aparecían. La suciedad de la calle y la humedad de la lluvia estaban en su punto justo, creando para esas damas de asquerosa presencia un apto y delicioso escenario. Sin embargo también, estaba yo, pendiente y concentrada. Eso seguramente, era suficiente.

No tenía nada más em qué pensar, salvo, de vez en cuando, en el viento que, al aparecer con agua de lluvía interrumpía insolente mi perfecto fuerte. Allí ya no molestaban ni los viejos amores, ni los próximos amantes tantas veces esperados.

Más que amores, ese día, esperaba cucarachas. Se me revelaba más que nunca la fé en el carácter fugaz- y milagroso- de los encuentros. Supe de pronto e inocente que tenía una nueva amiga y que esa colega era, justamente, yo misma. No es que hubiera ocurrido debajo de aquel puente ni por pensar demasiado en asquerosos insectos. Supuse enseguida que ya hacía un tiempo largo que todo había comenzado.

Al fin y al cabo no podría ser tan diferente de otras amistades pacientemente construidas que se valen de un helado, un cine o el asfalto como excusas para montar un puente, de arena y celofán.

Empezó com calma, paciencia y constancia, exterminando en cuotas, los rastros perversos de desconfianza. Y fue simplemente dar un día la mano y otra día entregar ojos, pacientes, brillosos que sirvan de espejo. Una amistad que nace, nunca es despreciable pero de esta que te cuento nadie debe salvarse. Es simplemente eso, saber darse la mano, ayudarse, admirarse y comprenderse el cauce. Sin haber supuesto antes que podría ocurrirme, entendí enseguida que algún binomio de esos que parecían firmes, estaba lentamente, comenzando a romperse .Era simplemente eso, saber darse la mano, enamorarse: buscarse en el adorno y también, en las fallas. Y sobre todo, siempre, aceptarse. Como cualquier amistad, sería cuestion de trabajo, constante y dedicado. Un arte en desarrollo requiere de cuidado.

Era justamente, vigilar cucarachas, mantenerlas alejadas y cuidar en la conciencia, la idea de que su exterminio nunca es algo acabado. Una lucha constante de trincheras atentas, una guerra civil en la que de pronto estaba inmersa.

Y entendiendo segura que de los nuevos amigos no podría haber nunca, una escritura sellada, emprendí conciente una aventura gigante. Los ojos abiertos combaten cucarachas que siempre pueden volver a aparecer. Desafios deliciosos que me mantienen viva, bajo el viaducto y la lluvia, con alma combativa. ¿Y será que soy este cuerpo que esta aquí sentado o soy en lo que potencialmente y luchando podría, transforamre? Entusiasmada y alegre me invadieron las ganas, de a mi nueva amiga presentarle, todas y cada una de mis viejas amistades.

poco original

Se me ocurrió una idea poco original, vino de repente, la pesqué del aire, como a una ramita que un día de otoño, vino a aventurarse. Al principio la miré com lejanía y cautela, como quien desconfía de lo que es sencillo. No quise aceptarla ni dar bienvenida, como si aquella idea nacida de nada, no fuera ni mía, ni tampoco ajena. Hubiera querido que siga su viaje, leve y flotante y de mí, separada. Pero las cosas que nacen de nuestra propia médula, aún cuando parezcan livianas y libres, tienden a volverse testarudamente, a reclamar un espacio junto a la madre patria.

No quedó otra opción que aceptar que ella- simple y cotidiana- era justamente creación mía. Es que se parecía sin ninguna verguenza, a una idea que sin dudas ni ningún esfuerzo, cualquier otra persona podria haber formulado. La sentía yo misma una reproducción más, de algo que anteriormente ya estaría dado. Una idea que- aparentemente- no traería nada de enriquecimiento. Una prescindible creación más, de las que vive el hombre por pura compulsión, de crear.

Sólo un tiempo luego y sin ni poder preverlo, fue que más liberada de prejuicios, se me ocurrió que la existencia misma de una idea bien poco deslumbrante, podría justamente ser una expresión mayor, de rebeldía.

Aceptando primero y ya después amándo a esa hija bastarda, a mi inventiva tan poco elaborada, fueron germinando de ella, como aves, muchas otras que abrieron buen acceso, a todos esos mundos repetidos. De existencia doble y siempre com sus sombras, cada ramificación permitió el alcance de tantos caminos, tantas veces abortados. Y retomando ingenua y com cara brillosa, miré un poco remordida a esa primer ramita, que suelta y relajada yo hubiera querido, desatender. Con gran maravilla y ya liberada del peso que ejerce la creatividad forzada, pensé cómo sería un buen itinerario, dónde ninguna ruta fuera previamente, cerrada. Con entusiasmo y ganas pensé en que construyamos, caminos posibles aún cuando no vayan, a ningún lado. Abrir las percepciones que aunque poco originales, permitan pasar sin tener que-obligatoriamente- llegar.

de los puentes

algunos
son colgantes

y las pisadas sienten

juguetona hámaca


hay otros,

firmes,

que permiten

que crucen cargas pesadas

e igual,
quedan inmóviles


también algunos,

más urgentes,

nacen del desesperado atino

de unir puntos desunidoa

estos pueden ser sólo una soga

que cruza heroica a la otra orilla

intentando burlar,

las distancias


pero para otros puentes
que aveces,
se transitan,
se precisan sólo dos pupilas

que se animen y miren

sólo al frente

que mantengan la vista

abierta y sincera

donde no sólo un hombre

sino

la humanidad

estará entera y atenta

en devolverte

la mirada

Los deseos del mundo

Foto por Flor G
Ilhabella. Septiembre 2011

De este cuento tengo escrito primero el final y quizas, vos, ojos que leen, guardes sin saberlo un buen comienzo. Suele ocurrirme a veces que para llegar al hoy empiezo por vivir lo que viene después. Es una buena manera de confundirlo todo y olvidar el lugar donde pisan los pies.
Para contar un cuento será menor el riesgo que el desorden provoca. Pero que a la literatura a veces le falten, carne y hueso, sudor y venas, que no esté la vida en juego ni se aposte el cotidiano, no significa que este intento de construir un cuento haciendo todo al revés, deje de ser de esas lindas complicaciónes.

Me encantaría encontrar-lo digo en serio- un buen principio. Pero no lo tengo y les ruego que me ayuden. Sí, probemos juntos. Estoy segura, ustedes por alli saben de algo, que yo sobre estas lineas, hoy, ignoro. ¡Vamos!que de a dos partes suele ser más fácil y, ocurriendo amenudo que otro tenga lo que a uno le falta, algunos días tiernos, de pronto, lo sabemos. Sí, vos, seguro que podés completar este comienzo, ahorita mismo, como vaya saliendo, que para cuando termines ya de imaginarlo y te quede ese gusto, incómodo y agrio, de lo que está incompleto, para ese momento ya volverás a estas líneas y mis palabras timidas le daran un cierrre a aquello que por osado y valiente imaginaste.

Pero mirá vos que escritor peresozo, el que te toca leer, qué mala suerte, ni un comienzo ni nada, ni un personaje con un sueño, ni algún reino encantado. Yo te expliqué, este desorden me persigue en varias partes, de mi humilde y sencilla biografia. Así es que espero que sepas disculpar las molestias que todo esto puedan ocasionarte,ya que este cuento mal escrito y desprolijo es sólo un efecto colateral más.

Lo que sigue es algo así como una niña observando detenida alguna hoja, que cayó del árbol, que llegó hasta el suelo.

-El mundo es uno sólo y a la vez, millones- piensa la niña al mirar en la hoja mil colores.

O tal vez piensa algo parecido y de haberlo dicho, usaria, palabras distintas, pero es más o menos eso lo que de la hoja se pudo desprender. Tiene la edad aquella en que las grandes cosas que muchos adultos buscan, se presentan con sorprendente facilidad e igual de sencillamente, se olvidan. Porque la niña no le ve mucho sentido a eso de andar aprisionando verdades. Seguramente no haya nada más sensato que evitar el esfuerzo, vil y pretencioso, de retener pesadas sabidurías.

Después viene la acumulación, la retención y ahi pegadita y sin asco la limitación.
Los verdes de aquella hoja mudan de tonalidad y ya no son más verde, son amarillo, canela y marrón. La niña piensa entonces en el campo y las montañas y se afirma con certeza que sostiene en su mano el mundo todo. Como es niña y en sus manos tiene una hoja multicolor, la palabra todo no da miedo. La totalidad no es aterradora y eso es, porque es niña y ustedes eso lo sabrán entender.

Y cada pedacito de paraiso escondido es una linda excusa para saltar al deseo. Saber pedir es ley y para eso son amigos, tréboles, estrellas, piedras. Detrás de cada cosa hay deseo y si la niña desea, la niña puede y entiende Y aunque aprenda algo y después se le olvide, vendrán pronto los puentes, hacia los sitios fértiles, puros donde sin asco ni reglas sabes crecer de los nuevos, prometedores, deseos.

Y de un yuyito verde, un capullo, una gota quieta, un arco, se esconden humildemente, uno, dos, tres deseos, y por qué no del tercero, animarse, juntar fuerzas, y pedir simplemente que de ese vengan, a cumplirse mansamente, todos los deseos del mundo.